JULIO CORTÁZAR y las brechas generacionales en la literatura


Después de escuchar, tras veinte años de haberlo leído, mi cuento favorito de Julio Cortázar, "Casa Tomada", narrado con la propia voz del mismo Julio Cortázar, con la narrativa preciosista (como diría mi amigo Alejandro Heredia), prácticamente una poesía en prosa que identifica a su literatura, y con el desmesurado surrealismo impreso, más bien tatuado en sus historias, que nos hace a muchos admirarlo, a otros alabarlo. Pienso en cada vez que alguien me pregunta, "¿por qué no escribes una historia como Harry Potter, algo que le guste al promedio de la gente?", y me respondo a mí mismo, sin poderlo comentar con quienes siento que no me entenderían, que me es muy difícil leer sagas de tres, cuatro, seis, veinte libros, con una buena historia pero que el estilo es muy ajeno al estilo con el que crecí, que su narrativa me parece una lista de tareas o un encargo del supermercado, y que no son mi referente a la hora de escribir.

El imaginario es como un cajón que abres y del cual sacas lo que has guardado a lo largo de los años. Crecí leyendo el realismo mágico de Márquez e Isabel Allende, la forma picaresca y hermosa de narrar de Skármeta y el excéntrico estilo de Rushdie, los cuentos del campo y muy regionalistas de Francisco Rojas González y Juan Rulfo, los cuentos atemporales de Vicente Riva Palacio, los oscuros cuentos de Carlos Fuentes en su libro "Cantar de ciegos", las prosodias y variaciones sintácticas de Juan José Arreola y de algunos escritores que ya estaban muertos cuando los descubrí, que me encanta pensar que nunca fueron moda y que la gente encontraba sus letras en el librero del pariente, por mera casualidad, quizás curioseando en las librerías, y por qué no, tras largas caminatas de terapia por librerías de viejo, a un precio no más justo pero sí más razonable. Cuando la literatura era un "es lo que hay", sin televisor en la habitación ni teléfono inteligente con Internet por Wi-Fi, donde las redes sociales te indiquen a quién hay que leer para estar al día.

Me gusta pensar que un día fue moda leer a autores que dejaban todo en cada frase, en cada punto y en cada coma, sin guardar nada para el regreso, mucho menos para un tomo II de su historia. Pensar en autores que vislumbraban sus obras como algo finito, sin importar cuánto tiempo les tome un párrafo, sin tiempos de entrega, pues la literatura no es un negocio, no es alimento para el estómago sino para el alma.

Nunca escribiré como Cortázar, ni trato de copiarlo, sólo me identifico con su manera surrealista de ver la vida en algunas de sus historias, pero volver a leer a un escritor que hace más de veinte años haya dejado su huella en mí, que haya causado mella en mi forma de escribir o de escoger qué leer, y voltear a ver lo que ahorita significa la literatura para las nuevas generaciones, donde parezco no encajar, ni como autor ni como lector, me hace pensar que se ha abierto una brecha enorme entre los autores que son para leer y que, incluso, nos citaban en las clases de español de la secundaria y los autores que escriben para que mejor te esperes y veas sus obras en la televisión. Recuerdo a una maestra que, fingiendo conocimiento, nombraba a José Revueltas y decía, "...autor de 'El Apando'...", a José Emilio Pacheco con "Las batallas en el desierto", ambos libros para terminarse en un par de horas, ambos libros también hechos película, ambos libros que ya nadie lee y ambas películas que nadie ha visto, uno de ellos con un lenguaje excesivamente soez, "El Apando", que me hace suponer que ni la maestra lo había leído, que se limitaba al programa de estudios para citar al autor entre los escritores mexicanos de la época moderna, en ese momento moderna, ahora prehistórica, y no por el exceso de los años, sino por el exceso de cambio en el concepto que se tiene hoy acerca de los libros y de las historias.

El recuerdo del título me vino a la mente una tarde en que deambulaba por el pasillo más olvidado de la biblioteca de la Facultad de Arquitectura, el pasillo de literatura, ahí estaba ese pequeño libro con su diseño gráfico pasado de moda y decía "El Apando", esa misma tarde lo regresé a su lugar ya terminado de leer. Años más tarde me hice de un préstamo de una copia de la película, del acervo que guarda la Cineteca Nuevo León.

El mismo año que la maestra citaba a los escritores mexicanos modernos, Café Tacuba parecía gritar a los cuatro vientos: "Lean 'Las batallas en el desierto' de Pacheco, o por lo menos vean la película". No lo entendí hasta un par de años después que compré un libro muy pequeño, nada parecido a los enormes libros de Stephen King, y descubrí que ya había visto la película, y recordé que mi hermano Ricardo un día me dijo: "La canción de Café Tacuba parece inspirada en la película 'Mariana, Mariana', esa donde sale 'Cesarín', el de 'Papá soltero'...". Él se pasaba la noche entera viendo películas "raras" (para nosotros sólo "películas") en CMC (Cine Mexicano por Cable), tiempo después vimos juntos, de nuevo, "Mariana, Mariana", la adaptación cinematográfica de la novela de José Emilio Pacheco.

Otros títulos de la época tienen versiones para cine, tal es el caso de "Los Cachorros", de Mario Vargas Llosa, interpretada por José Alonso, actor de moda de la época y culpable de que sea el mayor referente en el cine mexicano e ídolo de mi amigo Gustavo. También está la película "Coronación", dirigida por Ernesto Alonso, y que adaptaba al celuloide la novela del mismo nombre, escrita por José Donoso, en la que aparecía una Leticia Perdigón muy joven, cuya imagen adopté como la de mi novia principal de la adolescencia, por sobre las novias reales.

Sin duda ha cambiado la forma de leer, seguro que para bien, tratándose de leer siempre es para bien. Han surgido nuevos conceptos como los Fan Fiction y sagas donde, como una costumbre ya consolidada, el último título siempre se convierte en dos películas y no en una sola, además de series de libros donde el autor y sus lectores parecen no querer desprenderse del personaje principal, como si la literatura no les fuera a regalar otro personaje entrañable en el futuro, y como ejemplo están las historias donde aparece Lisbeth Salander, cuyas novelas, después de la Trilogía Millennium, ya han pasado por otro autor distinto. O los libros y películas del Talentoso Mr. Ripley.

No hay que entenderlo como una crítica negativa o una queja, sino como un comentario de un lector que siente que a veces no encaja del todo en la evolución de las letras, cuyo amigo con el que más discutía de títulos literarios ya falleció de viejo hace un año, siendo un joven de ochenta y dos años, apenas o todavía, mi amigo y corrector de estilo, el arquitecto y actor Héctor Díaz Bortolucci. Sólo hay que tomarlo como el comentario de alguien que cree que los libros aislados y de pocas páginas también se han vuelto grandes clásicos, como "El cartero de Neruda", de Antonio Skármeta, libro de apenas 140 páginas, mismo que atesoro como mis objetos más preciados, y más valor tendría si fuera un ejemplar con su nombre original: "Ardiente paciencia", como se llamó por doce años. Se dice que el autor tardó catorce años redactando la novela que cobró más vida después de su segunda adaptación al cine: Il Postino.

Me siento afortunado de quedar en medio de esas dos brechas generacionales en cuanto a literatura, aunque no embone del todo, ya que hay muchas obras que puedo degustar en formato impreso y en cine, y de verme envuelto en la corriente de los millennial en cuanto a la apreciación de las historias, quienes gracias a Harry Potter y al boom de literatura "juvenil", son ávidos lectores desde niños, y a quienes les es indistinto disfrutar, cotidianamente, de una buena historia, ya sea en cómic, libro, película o serie de Netflix, ya que si alguna vez me referí a mis libros como "es lo que hay", también hay que aprovechar los buenos tiempos, y si he de esperar a que las sagas largas lleguen a la pantalla grande, porque no soy de leerlas, esperaré, pero esperaré sentado, con mis libritos de autores muertos, mismos que resucito a cada que doy vuelta a las páginas que nos dejaron.

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