UN MEXICO FELIZ... Panorama y consecuencias de la asimilación de nuestra democracia…



(Fragmento de ensayo basado en la novela "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley)

(Parte 3)

Ni la democracia ni la educación en México se pueden ni se deben medir sólo con resultados de votos y porcentajes de crecimiento de población, puesto a que cantidad y calidad no son lo mismo. De pensar así esto nos llevaría a formar parte de una sociedad matemática a la que por cumplir con los resultados numéricos proyectados no le importe prescindir de los valores y el acatamiento de la ética, así como el respeto a los derechos de los demás. Esto me hace evocar la famosa novela de Aldous Huxley titulada “Un mundo feliz”. Donde este visionario y reflexivo escritor nos muestra una sociedad del futuro en la que, en efecto, la proliferación está controlada de tal manera en la que los humanos ya no nacen sino que son literalmente fabricados en un “Centro de Incubación y Condicionamiento…” en base a las necesidades que tiene la sociedad para funcionar mejor, dotándolos por grupos de una categoría a la cual van a pertenecer durante su vida, estas categorías se asemejan a las clases sociales que en México tenemos y que varían desde la más alta, en la novela llamados Alfa más, aquellos que son decantados (el termino que da Huxley ya que no se puede decir nacidos) para formar parte del avance científico y los eventos sociales, aquellos que se les da más estatura y rasgos físicos más bellos, hasta la más baja, los Epsilones, aquellos que pertenecen a un nivel intelectual ínfimo y casi nulo, relegados a trabajar en la oscuridad y a altas temperaturas como obreros toda su vida, los cuales hasta tienen una estatura más baja que el resto de las categorías para que siempre vean a los demás hacia arriba, sin contar que también sus rasgos llegan a ser un algo repulsivos. Bajo esta misma premisa es la educación, la que de una manera similar al hipnotismo condiciona a los humanos a asumir su nivel categórico mientras duermen o a base de ejercicios muy repetitivos. Como resultado, un mundo en el que todos son felices con su forma de vida. 

Si bien, sabemos que México no es el escenario más propicio para imaginar una historia de ciencia ficción, al menos si podemos darnos cuenta que dentro de la sociedad mexicana se notan grandes similitudes con el mundo que nos narra Huxley en su novela. Tenemos una diferencia muy marcada en nuestros niveles socioeconómicos, no podemos hablar de tres categorías, la de nivel alto, medio o bajo, sino que al igual que en la novela, entre el nivel alto y el de marginación o pobreza extrema existen muchas sub categorías de la clase media, baja y alta, equivalentes a las categorías beta, gama, delta, de la novela, con sus respectivos más y menos. Y nuestro condicionamiento social es tal que relacionamos apellidos extranjeros y compuestos con personas del mayor nivel social y económico, creando en nuestra mente inmediatamente la conceptualización de figuras esbeltas con sus rostros blancos afrancesados y su cabello castaño y rulado. Mientras que a las personas pertenecientes a la clase pobre y la mayor parte de ellos etiquetados bajo el adjetivo de indígenas, los identificamos con nombres y apellidos legados por la conquista española, y la idea que tenemos de ellos es que son bajitos de estatura, y su belleza no concuerda con el estereotipo de belleza impuesto por la industria televisiva y la cultura de consumismo a la que hoy en día estamos condicionados. Esta cultura de estandarizar a las personas con respecto a su físico no sólo pertenece a México, y la conciencia que tenemos de ello a nivel mundial es lo mismo que llevó a Huxley a segregar las categorías también en cuanto a su físico, si no es así, habría que preguntarle a Hitler por su teoría del cráneo regular de los alemanes legítimos contra el cráneo deforme de los judíos. Sabemos que en México, lamentablemente, esta es la cultura cívica que se rige en muchos lugares. Como muestra de ello detengámonos un momento a observar la entrada de un club nocturno para jóvenes, la triste realidad es que se da preferencia a entrar a quienes se aproximen más al estereotipo europeo que identifica a la alta sociedad (el alfa más), pero como sabemos que México es un país de mestizos y la imagen del mexicano promedio difiere a ciertas características, tal discriminación mejor se ve obligada a alejar de la entrada a quienes estén más ligados a la imagen del indígena (el épsilon). Posiblemente este “chaparrito morenito” formado para entrar, lleve en su cartera el dinero de sobra para gastar en cierto lugar, pero la nula democracia que practican muchos establecimientos en nuestro país nos refleja que se sigue cual una ley esta contracultura, y no se da siquiera el derecho a la duda, condicionándonos (al resto de la población) a ver en cierto modo despectivo (mirando hacia abajo o mirando hacia arriba, tal como diría Huxley) a nuestros mismos compatriotas. Nuestra formación desde pequeños nos condiciona a etiquetar, nosotros no escogemos en que escuela estudiar, depende de la economía de nuestros padres, sin embargo, para los estudiantes de una escuela de gobierno, los niños afortunados de contar con la educación privada no bajan de ser unos “fresitas”, y la contraparte, para estos niños, los demás que cobijados por el Estado para recibir su educación básica no tienen otra opción que la de asistir a una escuela de gobierno, no bajan de ser unos “nacos”. Quizá en este caso la edad y su respectiva falta de experiencia justifiquen dicha actitud. Según Confucio “Donde hay educación no hay distinción de clases”, 2500 años después vemos que en México funciona al revés, y la educación se trata de marcar más las diferencias. Con esta misma cultura se crece y se muere, y sin embargo todos parecen ser felices. Pero cómo no serlo, cuando al igual que en el texto de Huxley, nuestro gobierno sigue un patrón de condicionamiento para conservar dicha cultura, lamentablemente el pueblo mexicano en vez de satisfacer ciertas necesidades las sustituye por otras, y como nadie extraña lo que nunca ha tenido es muy sencillo entender que la iglesia, el futbol, la televisión y las loterías llenen ese hueco que bien podría ser una democracia equitativa y no el falso “Mexicanos al grito de guerra… hoy ganó la selección”. 

Hay cosas con las que sería bueno familiarizar a México con la cultura futura del libro, al menos en dicha civilización nadie roba y todos parecen estar destinados a desempeñar un trabajo. Sabemos de países que están cerca de alcanzarlo, donde si algún objeto te encuentras en la calle sabes que pertenece a alguien más y esa persona estaría muy gustosa de recuperarlo, dónde la gente sabe que hay oficinas donde llevarlo y esperar a que su dueño lo reclame, y sólo si en seis meses nadie lo reclama entonces sí puedes quedarte con dicho objeto, lo mejor de todo es que la gente si acude a estos lugares a devolver objetos perdidos, cuando se es consciente de ello se puede ser consciente de mucho más. En nuestro país, desgraciadamente no se tiene esa conciencia, ni siquiera con las vidas humanas, qué mayor falta de democracia y de conciencia que un secuestro, qué mayor falta a la democracia que robar el dinero destinado a obras públicas, dinero de los impuestos de muchos mexicanos, qué menor conciencia que evadir pagar estos impuestos y después con tranquilidad pisar un pavimento y caminar por las calles iluminadas, ¿Cuántos mexicanos así se atreven a entonar nuestro himno nacional? Esto es sólo una pequeña muestra de la ausencia de una buena convivencia entre los diferentes estratos de la sociedad Mexicana, mientras la cultura cívica de nuestro país siga con este modelo va a ser muy difícil lograr una democracia que pueda ser considerada justa para todos, mientras tanto tendremos que resignarnos a aceptar que la democracia en México es diferente para todos, mientras para muchos el candidato de la democracia es el que les da una despensa para calmar el hambre de hoy, para otros la democracia es votar por el candidato que les garantiza conservar su exorbitante sueldo en un puesto de la administración pública, y aquél que confía su democracia al águila del escudo nacional en un volado, y en este México feliz aún hay más democracias distintas, aquél que creyó hacer su buena obra dominical y por lástima votó por el candidato menos favorecido en las encuestas. Y aquellos pobres individuos que su desconfianza a nuestras instituciones electorales los lleva a votar por un candidato sintiéndose amenazados e ignorando que nuestro voto es libre y secreto, y aquellos para los que un domingo de permiso laboral para acudir a emitir su sufragio lo convierten en picnic. 

Y podemos seguir enumerando ejemplos, pero sabemos que no en todos los casos es así, también hay quienes asisten a la capacitación que brinda el IFE y la CEE para ser funcionarios de casilla, y llegan el domingo muy temprano a colaborar de muy buena gana en la jornada electoral, además de las personas que por su propia voluntad asisten como representantes de un partido político, sabemos que la jornada es larga, y sin embargo dichas personas persisten hasta que se cierre por completo la casilla, participando de una manera limpia e imparcial en el escrutinio y en el llenado de actas, pero sobre todo en la eterna búsqueda del bien común, y con la incansable fe por alcanzar la democracia deseada. Y no sólo por un domingo, al día siguiente aún continúan practicando la democracia, y hacen de ella una forma de vida. 

Decía Platón que el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano. Por ende, para alcanzar esta convivencia armoniosa se requiere que la educación cívica sea suficientemente integral para convertirse en una virtud. Imaginemos una sociedad de virtuosos dónde se fomente el respeto y la consideración hacia los demás individuos que integran la sociedad siguiendo las normas de conducta establecidas por la sociedad en cuestión y creadas conforme a sus propias necesidades, basadas en su criterio de conciencia colectiva y buscando un bien común. Donde el respeto es el pleno conocimiento del valor inminente a la dignidad y los derechos innatos de los integrantes de la sociedad. Donde se entienda que el respeto es la mayor muestra de aprecio y valoración de las cualidades de los demás, por la razón que sea, ya sea por autoridad y conocimientos, trátese de un padre o un maestro, o por el simple valor natural de las personas. Cuando se entiende a manera cabal lo que significa el respeto podemos empezar a preocuparnos por entender nuestros derechos, de lo contrario no valdría la pena ni conocerlos, ya que no se obedecerían. A pesar de todo, nuestros derechos están ahí, plasmados en ordenamientos normativos que nos rigen, cuya base es mantener las buenas relaciones entre los hombres, dicho conjunto de normas nos regula la convivencia social y nos permite resolver nuestros conflictos. La convivencia cívica sólo es posible si conocemos nuestros derechos y nos apegamos a ellos con respeto, pero ante todo con respeto a los demás, ya que la persona humana es el propósito primordial para la existencia de dichas leyes. Esto confirma lo que ya decíamos sobre la conciencia religiosa, se puede tomar una buena iniciativa valiéndonos del apego al conocimiento que tenemos de ciertos ordenamientos ya preestablecidos como leyes del buen actuar. Una serie de acciones ejecutadas en base a la experiencia de un orden ya probado por los distintos estratos de la sociedad en diferentes tiempos y espacios (un fundamento formal) que ya han dado muestra de consecuencias airosas, da como resultado una alta probabilidad de seguir repitiendo el éxito a la hora de optar por un juicio, y en cambio, con la ignorancia todo juicio significaría una alternativa sin experimentar en la que se corre con mayor probabilidad el riesgo a fracasar. Ya visto en un entorno, el actuar inconsciente de cada uno de los miembros como partículas libres y auténticas de una sociedad llevaría al fracaso a una sociedad y su cultura cívica. Las mayorías, en el mayor de los casos, son las causantes directas del como puede ser vista una ciudad desde fuera. Acaso podríamos decir que una ciudad es muy tranquila y pacífica porque vio nacer y en la cual reside un premio Nobel de la paz, aunque a su vez tenga uno de los mayores índices de secuestros a nivel mundial, desde luego que no. Desgraciadamente, ese es el concepto que en México muchos tienen sobre la democracia, un sinónimo de lo que actúan las mayorías, muy lejos del significado que debiera tener, lo que sería mejor para la gente, un bien común, surgido bajo consenso en base a un arduo análisis de las necesidades de la sociedad, y la facultad para elaborar dichos análisis no te la desarrolla más que la educación. Una buena educación capaz de llevar los actos de cada individuo a formar una buena cultura cívica y a la vez democrática, de la cual emanen buenos representantes, y no elegir al “menos peor”, debemos civilizarnos en materia democrática. Es lo que esencialmente necesita México, ciudadanos que demuestren su buena educación sabiendo convivir en armonía sin importar clases sociales o partidos políticos, que paguen puntualmente sus impuestos, que tengan amor a la patria y respeto a las leyes, pero en especial que tengan respeto a sus conciudadanos, que sepan lo que deben hacer para generar un mejor futuro, y sepan que nadie va a venir a hacerlo por ellos. Hay que hacer de la democracia nuestra religión. Esos son los mexicanos que necesita México, de buscar ser todos así la democracia podría estar más cerca de lo que creemos, a la vuelta de la esquina, sólo así, con democracia y conciencia cívica, se podría vivir en un verdadero México feliz.

Agosto de 2007.

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