CRÓNICA DE UN MONEDAZO no anunciado



"Vivimos del aplauso, también de los monedazos, que luego recogemos del piso del escenario" 
                                                                            Amateur, Molotov.


Visto desde la perspectiva de Molotov, en cierto modo “financiera”, este fragmento podría parecer divertido, sobre todo si cerca del escenario se cuenta con una máquina expendedora de galletas y botanas, y a un lado de la susodicha, otra máquina, ésta de refrescos, para lubricar el gaznate ―como diría Steve Jobs― con agua azucarada, después del palomazo. Aquí ellos se centran en las ganancias que al final les dejan los monedazos, incluso presumen vivir de ello, ¿pero qué pasa cuando el monedazo acierta?, en este caso, quien podría contarnos mejor al respecto, por experiencia propia, sería el legendario Fito Páez, el muy conocido rockero argentino, quien a principios de los noventas, en Monterrey no gozaba de la popularidad que yo hoy le imputo, y que innegablemente tiene en México y toda Latinoamérica.

Fue éste popular cantautor quien, lamentablemente, sirvió de tiro al blanco para un cobarde chiflado, de aquellos que tiran la piedra y esconden la mano, que para efectos de ser más específico, en esa ocasión se trató de una moneda, de las devaluadas de mil, las de color dorado con la figura de Sor Juana, de las que para entonces todavía circulaban haciendo las veces de un nuevo peso (N$). (¡Qué tiempos aquellos en los que los pubertos nos regodeábamos de pasear miles de pesos en el bolsillo!, claro, siempre acompañadas de fichas de video juegos, fichas que tenían valor de monedas sólo entre los demás adolescentes y servían como objeto de trueque).

Dando el cortón a las nostalgias noventeras, sobre todo a si se le quitaron ceros o pusieron enes a los pesos, la crónica en cuestión aquí me incita a narrar lo que, casi veinte años después, recuerdo de aquel concierto del 8 de diciembre de 1993 en el Estadio Universitario, muy poco de esto hay en Internet, casi podría asegurar que, si bien, la anécdota rueda latente por algunos blogs desactualizados y casi olvidados, y  en estos carece del dato de la fecha exacta.

Aquella fresca noche de otoño se llevó a cabo el Concierto de la Solidaridad por los niños de Nuevo León, evento a beneficio, donde colaboraba la UANL en su 60 aniversario, el DIF, Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma y FM Globo. El boleto de entrada fue un juguete nuevo, las mejores localidades las destinaron a las prepas, ahí mismo, en las escuelas, se acondicionaron los centros de acopio. El cartel estaba conformado por El Tri y Fito Páez ―la chaviza ignorante lo tomó como un mano a mano―, y como telonero se contemplaba un grupo local llamado Niña Violeta, el cual fue vilmente ninguneado por la soberbia indiferencia de los que no le apostaron ni a los chiflidos, salvo por las palmas y vítores de las novias y amigos de los integrantes de la banda.

Apenas pasaron las ocho de la noche y el escenario se iluminaría para que un desconocido de extremada escualidéz y cabello muy largo y rizado, saliera a cantar con un ritmo contrastante sobremanera a lo que esperaba la mayoría de la muchachada, pues en aquellos años cualquier banda que compartiera plaza con El Tri sería etiquetada de fresa, igual pasó con la Lupita cuando fungieron como sus teloneros en el festejo de los 25 años del Tri, en el estadio de beisbol Monterrey, el cual quedó destrozado, sin algunas butacas y con las cortinas de los palcos abolladas, pero esa es otra historia.

Entonces, ese cantante sumamente escuálido, llamado Fito Páez, fue acogido de una manera muy grosera en nuestra ciudad, con tremendo monedazo propinado en la frente, que le hizo brotar abundante sangre, a tan sólo dos canciones de haber empezado.

«Invito a ese cobarde que lanzó la moneda a que suba al escenario para batirnos a puñetazos como los hombres», decía Fito, mientras se limpiaba el rostro con una toalla que le proporcionó una persona del staff, la cual se teñía de rojo con la cascada de sangre que no paraba.

Al final de su participación, un sin cesar de rechiflas, un monedazo que acertó justo en la frente del cantante y una vil muestra de falta de respeto por parte de los jóvenes regiomontanos, que ante un músico extranjero, debían representar a su país cual embajadores; dieron como resultado el sinsabor y la amarga experiencia de alguien que sólo hacía su trabajo, y, si bien, la mayoría de los jóvenes que estuvimos ahí fue para ver a Alex Lora y al Tri de México, también se trataba de un evento a beneficio en el que anticipadamente se anunció la presencia de otras personalidades del rock, las cuales merecían respeto.

Al final de la noche, el evento se extinguía, literalmente, entre las cenizas de las alfombras que debían proteger el pasto sobre el cual jugaran los Tigres de la UANL, las cuales fueron incendiadas por el público, creando una fogata gigante que dejaran esparcida en el ambiente la peste del humo, la humedad de esa fría noche, y el infaltable olor a mota. Y al salir del recinto, los jóvenes mostraban la satisfacción por ver a Alex Lora, y por cantar sus canciones por más de dos horas, excepto un jóven, quien lo poco que se llevó a Argentina como amargo souvenir fue un cobarde monedazo.

Algunos piensan que hace cinco años, en la presentación de Fito Páez para la celebración del Forum Internacional de las Culturas, el público regio se reivindicó con él, coreando sus letras. Quizás no sea así, hay cosas que se quedan, esperemos que Monterrey siga siendo plaza para todos aquellos músicos extranjeros que vienen a brindarnos su rocanrol, pero sobre todo, esperemos que se vayan de nuestra ciudad con una sonrisa de satisfacción que no les quepa en el rostro, como se debió ir el gran Fito Páez en 1993.

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