CUIDADO... bebé elefante suelto



La mañana del 20 de noviembre de 1985, como en cualquier año, se celebró el desfile conmemorativo a la Revolución Mexicana, el cual partía en la calle Dr. Coss y tomaba el primer tramo de su recorrido por la calle General Zuazua, pasando por el Palacio de Gobierno, y siguiéndole de largo para terminar cerca de la Alameda, habiendo pasado por la Avenida Cuauhtémoc.

La mañana era fresca, agradable, como casi no ocurre en Monterrey, se podría tratar de un clima prestado, como cuando sales de vacaciones, pero aquí.

Los grupos de Pentatlón, Karate Do, Imua Limalama, bandas de guerra, carros alegóricos de secundaria con estudiantes disfrazados como personajes revolucionarios, un Venustiano Carranza que les quedó más como Santa Claus que como Venustiano Carranza, un montón de Adelitas amasando gorditas en la plataforma de algún camioncito Nissan, el grupo de danza folklórica, todas pintarrajeadas y peinadas con su infaltable cebolla, sin hacer menos a la bastonera de buena pierna, que de vez en vez dejaba asomar el calzón para deleite de la perrada.

Todos se alistaban para emprender la marcha, esperando el banderazo inicial para cada quien hacer sus suertes: el redoble, las fanfarreas, la kata, la pirámide, la pantomima. Luego, el cadete que se rompió el hocico en una maroma, la princesita desmayada porque no desayunó y el perro policía que mordió a un pelado panzón que lo quiso acariciar.

Los grupos iban saliendo poco a poco, unos esperaban mientras otros, un par de kilómetros adelante, ya saludaban al Gobernador Jorge Treviño Martínez.

Una gritadera, más bien algarabía, sacó de su letargo a muchos: a los que contaban chistes, a los que permanecían sentados en el cordón de la banqueta comiendo un sándwich, a los que ensayaban la kata...

Lo que estaba por verse es insólito sobremanera en la Sultana del Norte, sobre todo resulta difícil de creer, y es curioso que, por demás surrealista suceso, no tenga registros en Internet.

Gente corría escapando de lo que venía detrás, como en las películas viejas de Godzilla, como en la guerra de los mundos. Los niños karatecas desconcertados, sus padres apenas advierten el peligro, corren a por ellos, los cargan como pueden y escapan, las Adelitas igual, levantándose las enaguas.

Entre la multitud aparece corriendo una mole gris, con enormes orejas que se agitan papaloteantes, con la trompa levantada, cargando algo parecido a una sonrisa que se dibuja en el rostro.

Un elefante corriendo en plena Macroplaza, vaya rareza, pequeño entre los elefantes pero grande junto a cualquier persona. Se escapó del circo de Ronnie y Donnie, que estaba ubicado en el lecho del Río Santa Catarina, a la altura de la calle Zuazua. Resulta inquietante imaginarlo cruzar la avenida Constitución, e imaginar a los conductores que, atónitos, lo esquivaron temiendo sufrir un accidente trágico al arrollar a una tremenda masa de tres toneladas.

Al momento, todo parecía recobrar la calma, domadores del circo y voluntarios, de los que participaban en el desfile, ya controlaban la situación creando un cerco humano en derredor de la sonriente bestia, entre ellos Adrián Rosales, maestro de Imua y Pentatlón, que fingía inmovilizar al animal con un palo de talache. Minutos después, el elefantito giraba en ciento ochenta grados para que, a pasos parsimoniosos, volviera al lugar de donde vino, pues debía estar de regreso, pero sobre todo, listo para su espectáculo de las 4:00 p.m. También la multitud volvía a lo suyo: al desfile. Yo, por mi parte, disponía de unos minutos más para practicar mi kata, ó "forma", como le llamábamos en el Imua Limalama.

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