Pinches Burritos
Autor: Vlad Villarreal
Aquél que se pasa de lanza también está expuesto a toparse con otro más vivo, entonces cuando recibe su merecido, los demás, sin consideración al granuja, suelen decir con satisfacción: "se la buscó". Eso mismo pasó hace una década con Gaspar Gorostiza, un sinvergüenza que siempre trataba de sacar partido de las cosas y picudeaba a mansalva con los demás, rompiendo culos a granel, ande por donde ande, de los que no respetan ni a su propia madre, el clásico no parido, cagado.
Según algunos, este malnacido ya no es el mismo de antes, hay quienes aseguran que se trata de un Gorostiza renovado, que no conforme con dejar de pensar sólo en sí mismo, ahora hace obras de caridad, supuestamente. Lo cierto, es que jamás volvió a comer burritos, ni a ver las tortillas de harina con el mismo gusto.
La historia de su repentina transformación data de hace aproximadamente diez años, cuando trabajábamos juntos en la fábrica de motos y compartíamos tacos a la hora de la comida. A Pepe, otro compañero, casi siempre le ponía su mujer tacos de papita en salsa roja o de nopalitos, al parecer eso de la variedad no se le daba bien a su esposa, si acaso unas veces venían envueltos en tortilla de harina y otras en tortilla de maíz, quizás porque la papa es barata y Pepe era quien ganaba menos de entre la palomilla de los tacos, al menos le quedaban ricos a su mujer.
A diferencia de la esposa de Zamarripa, que seguido nos sorprendía con los guisos, aunque la mayoría de los que comíamos juntos no teníamos el gusto de conocerla personalmente, sentíamos que solía vanagloriarse de imaginarnos comer sus tacos y sentirse segura de ser la que mejor lonche le mandaba al marido.
Era fiel a la alimentación sana, sólo usaba aceite vegetal, posiblemente en espray, a veces lo que preparaba parecía más cocido que guisado, como las calabacitas con coliflor y elote en jugo de tomate, que envuelto en tortilla de maíz era una suculenta delicia.
De sus manos surgían guisos que jamás me habría imaginado que pudieran comerse en un taco, pero que ya probándolos eran un festín para el paladar, llegamos a pensar que sus recetas eran extranjeras, mexicanizadas al momento de tocar las tortillas, pues su nombre, Dafne, no nos sonaba del todo latino, por eso todo en ella lo queríamos encontrar extranjero.
Juancho llevaba tacos de carne, ya sea chicharrón, asado de puerco, deshebrada o lo que sea, siempre en tortillas de harina caseras, con su embarrada de frijoles para que pegue el guiso.
Los tacos que llevábamos los demás no eran la gran cosa, nunca tuvimos la suerte de que nos cocinen sabroso, tampoco todos los días, por eso el imán con el teléfono de los tacos "Doña Pera" que teníamos en el gabinete de la computadora siempre terminaba por sacarnos del apuro. Así era como José Luis, Miguel, Raúl y yo también le echábamos tacos al platón común y agarrábamos sin miramientos de la variedad del día.
Entonces, Gorostiza llegaba con sus dos tacos y los ponía donde los demás. Regularmente llegaba al trabajo por la mañana con cinco tacos pero tres se los comía en el desayuno, además de algunos otros que se robaba del refrigerador. También se robaba yogurts, fruta y galletas, pero nadie lo denunciaba por su cargo de coordinador, ya que echaba mano de ello para intimidar a la gente levantándoles falsos ante los gerentes. No perdía la oportunidad de evidenciar los errores de los compañeros o culparlos por los que él cometía. No por nada lo apartaban del grupo de los jefes también, quienes preferían completar el equipo de boliche con un operario que con él.
Estábamos hartos del sinvergüenza, y las cosas parecían seguir así por mucho tiempo más, hasta que a Zamarripa se le ocurrió un plan muy atrevido. Cuando nos lo contó dudamos todos en que fuera buena idea, Zamarripa era bien conocido por sus chistes escatológicos, por lo mismo era casi imposible no tomarlo a broma, pero su mirada complementaba el dejo de seguridad y convicción con que lo decía, parecía nunca haber hablado tan en serio en su vida.
Para el trabajo sucio nadie mejor que el descarado Pichardo, que aunque no formaba parte del grupo que compartía tacos, de igual manera compartía la antipatía generalizada hacia Gorostiza. No fue tan fácil la tarea de convencerlo pero después de pensarlo dos veces decidió que no dejaría que nadie más se colgara esa medalla, y si había que darle una lección al granuja él tenía que participar en lo que sea necesario.
Dos días después se llevaría a cabo el plan, cada quien tenía clara su labor. Ese día, todos llevamos tacos en tortilla de maíz, salvo Zamarripa, que llevó tres hermosas tortillas de harina integral. Nos sentamos en sillas rodeando la mesa, asegurándonos de dejar en una esquina una silla vacía, justo en la esquina más directa al pasillo y a la puerta. Acomodamos los tacos en una charola, de modo que las tortillas de maíz se encontraran cerca de las sillas ocupadas y las tortillas de harina más cercanas a la silla vacía. Sólo faltaba el ingrediente principal para los tacos de tortilla de harina.
El tiempo transcurría, se acercaba la hora en que Gorostiza llegara con sus dos tacos, dispuesto a comerse cinco o seis, y las ansias se incrementaban porque Pichardo no llegaba con el ingrediente principal.
Deprisa y emocionado, Pichardo se abría paso desde los sanitarios de la nave de pintura e impresión de agua, dejando una estela invisible capaz de marchitar las plantas de la recepción, causando un gesto nauseabundo en la recepcionista cara de ardilla y piernas largas. Sabía que si se demoraba un minuto más se tendría que cancelar el plan.
Llegó barrido hasta la mesa, de estar un ampáyer esperando habría gritado "safe" porque a lo lejos se vislumbraba Gorostiza llegando al comedor. Revuelta con el aire y los aromas a guiso, se sentía la asquerosa peste que arrastraba Pichardo desde los sanitarios. Zamarripa recibió el ingrediente principal y con mucho asco reflejado en su nariz hecha acordeón lo untó en las tortillas de harina con una espátula mantequillera que jamás habría de usarse de nuevo, evitando respirar la bocanada de aire apestoso que hacía lagrimear como gas pimienta, qué digo pimienta, gas mostaza. Los demás compañeros, unos evitábamos mirar y otros contenían las arcadas para no soltarse vomitando.
Como era de esperar, sin saber, Gorostiza ocupó la silla que le tenían preparada y puso en el platón sus dos tacos de harina con carne deshebrada, comprados antes de llegar al trabajo. Los demás, haciendo nuestro mejor esfuerzo por aguantar el asco, tomamos un taco de maíz. Gorostiza también cogió de maíz. Mientras masticaba olfateó con leve desagrado y preguntó a qué olía tan fuerte, "¿trajeron de machito o qué?, "andan unos de hígado y otros de machito", contestó Zamarripa.
Luego Gorostiza cogió un taco de los que él mismo llevó. Los demás volvimos a coger de maíz, impacientes por verlo comerse el taco especial. Era sólo cuestión de tiempo, si los compañeros no habíamos cogido tacos de harina integral él no iba a desaprovechar la ocasión, mucho menos teniéndolos tan cerca. Así fue, la ley de probabilidades le daba la razón a Zamarripa, y la satisfacción de ver su plan escatológico salir como lo esperaba. El esfuerzo de los demás por actuar con naturalidad complementaba la perfección del resultado, Gorostiza, con los ojos desorbitados y el sabor a mierda en su boca, le regaló una mirada a Zamarripa que traducida al español diría "no era para tanto", acto seguido, escupió el taco y se alejó vomitando hasta perderse de vista tras cruzar la puerta del comedor a paso acelerado.
Aunque muchos piensan que es necesario tomar esa clase de medidas para educar a gañanes como Gaspar Gorostiza, aunque funcionó, pues nunca más volvió a comer nada cuya preparación y salubridad no le conste, en esa ocasión posiblemente se nos pasó la mano, pues desde entonces evita cualquier cercanía o contacto visual con los tacos y las tortillas de harina, qué decir de los burritos, su gran tamaño aumentan el recuerdo y, literalmente, el sinsabor de aquella tarde que se quedó grabada en su paladar.
Febrero 2014
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