Con la vara alta
Recordando pasajes de mi vida me vino a la mente una imagen
de cuando niño: la primera vez que vi a un hombre empuñar un pincel frente a un
lienzo de tela.
Mi papá me notaba cierta capacidad para el dibujo y quiso
alentarme o inspirarme llevándome a ver a un pintor en plena acción, y su
limitada concepción del arte lo condujo a llevarme a un mercado, a ver a un
pintor de paisajes "express". No dudo en las buenas intenciones de mi
papá con respecto a ese tour por el mercado, pero si de algo estoy seguro, la
mejor manera de confundirme con respecto a la pintura fue esa, pues hubiera
bastado con quedarnos a ver a Bob Ross por televisión.
Aún es el momento en que veo a ese pintor llegar a su casa
(cansado de pintar diez paisajes de doscientos pesos con una brocha de tres
cuartos de pulgada, de esas que compras en cualquier ferretería, y no con un
pincel) y esperar a que su mujer y sus hijos se hayan dormido, para así retar a
la naturaleza humana y prescindir del sueño, ese efímero placer del cual sólo
los mortales gozan.
Hasta entonces este pintor sacaría sus pinceles buenos y se
pondría a pintar lo que alcance, lo que sus fuerzas le den en su cuadro
interminable para saberse él mismo pintor, para no sentir que su talento lo
explota, sino que él explota una virtud.
Ojalá no me equivoque, pues el otro escenario es su misma
concepción de la pintura como un oficio que se haga en serie, mecánico,
sistemático y sin ningún placer ni alimento al alma. Pintando diez cuadros diarios de doscientos pesos, de los cuales cinco de ellos terminan regateados a
cien. Confirmando la concepción del éxito del pintor que me quiso mostrar mi
papá. "Imagínate, vendes varios cuadros al día y ganas dinero con lo que
te gusta". Aunque los ojos del pintor no reflejaban en su brillo el éxito
sino una inminente monotonía y resignación.
Años más tarde, en la facultad de arquitectura, tuve el
privilegio de conocer de cerca a un verdadero artista, el pintor Reynaldo Díaz
Zesati, quien sin haber tenido una exposición individual aún ya se perfilaba
para ser de los mejores pintores mexicanos contemporáneos.
La diferencia entre Reynaldo y el Bob Ross de barrio (de mercado),
radicaba en la concepción que el mismo Reynaldo traía arrastrando, como
religión, acerca de la pintura y la concepción que tenía sobre su arte y las cosas
que implica dejar en el camino la vida del artista. Reflejando en sus obras los
matices más contrastantes de sus emociones, las más grandes alegrías y los más
profundos pesares. Zesati, como todos lo conocen, desde sus primeros cuadros
entregaba todo en cada pincelada, ya sea en cada pincel embadurnado en óleo,
mojado en acrílico o empapado en acuarela. No se tenía permitido error alguno
dentro de los márgenes que limitan sus lienzos. Empuñando el pincel con la
misma envergadura con que un rock star coge el micrófono y tomando el escenario
sabiéndose pintor y no un aficionado a la pintura, mucho menos un Bob Ross de
barrio.
En las clases de dibujo arquitectónico él usaba las mismas
acuarelas Pentel, los mismos acrílicos Acrilex, los mismos pinceles Rodin que
los demás y pintaba sobre los mismos papeles que los demás, el producto final
era distinto. Y mientras unos lo envidiaban o reclamaban sus diez años de
experiencia pintando, que para ese tiempo era más de la mitad de nuestras
vidas, otros lo admirábamos y tratábamos de copiar algunas de sus técnicas de
representación con el mero propósito de subir la calificación de una tarea
diaria.
"Para aprender hay que copiar los diferentes estilos,
hasta que adquieres el tuyo propio", decía Reynaldo a sus 19 años, sin ser
famoso aún, con el mismo ego y seguridad con que lo diría Dalí. Hoy en día ha
expuesto en Panamá, Houston, Miami, Nueva York, el D.F. y muchas otras
ciudades.
Me recuerda la primera vez que vi tocar a El Gran Silencio,
oriundos de mi barrio, antes de tener su primer disco, incluso antes de grabar
su primer EP de nombre Dofos. No tenían guitarras electroacústicas, su sonido
acústico consistía en ponerles un micrófono cerca de sus guitarras económicas. Aun
así tocaban y se desenvolvían en el escenario como unas verdaderas estrellas,
con la misma seguridad con la que toca un veterano estrella del rock,
acompañado de una costosa Gibson Les Paul o una Fender Stratocaster Vintage
57'. Nadie que se precie de ser rockero puede esperar a ser famoso para
comportarse como tal, pues quizás nunca lo sea y desaprovecharía las pocas
tocadas para deschongarse. Además, un rockero tímido y aguado está condenado al
fracaso.
Robé la frase a Zesati. Trato de leer todos los estilos de
escritores para consolidar mi propio estilo. Pero para un escritor no basta con
tomar una frase aliciente, sino copiar la pasión de algunos pintores y explotar
las emociones dejando todo en cada frase escrita, en cada palabra, en cada
punto y en cada coma. Empuñando la pluma con la misma envergadura de un Salman
Rushdie, abriendo el cuaderno sabiéndose escritor y no aficionado.
El resultado del trabajo es proporcional a la pasión puesta al
ejecutarlo. Aunque cueste retar a la naturaleza y dormir la mitad de lo que
todos dicen que debe ser. Aunque por el día cueste ser un Legorreta de barrio y
por las noches cueste ser infiel a tu mujer con tu amante, la escritura,
siempre con la vara muy alta.Gracias por leer este escrito
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te vuelvo a leer y me sigue gustando, saludos
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