Cuando provienes de una familia en la que todos se creen muy chingones y tú eres el único que padece de TDAH, estás condenado a que toda la familia, incluso el más pendejo, te etiquete como el tonto de la familia. Hace años, antes de que tuviera un diagnóstico confirmado, el primero que notó mi problema de distracción fue mi abuelo, se me quedaba mirando, el muy... vamos a decir «observador», por no decir metiche. Decía, «Oye, Lupe, como que ese chamaco, Vladito, te salió medio pendejo. ¿No crees?», y mi papá contestaba —porque Lupe era mi papá, no mi mamá—, «¿Medio...?, Pendejo y medio, papá. Pero dale chance, ya crecerá». Como si creciendo se me fuera a quitar lo distraído, para ellos, lo pendejo, que cualquiera de las dos, son de esas cosas que regularmente se acentúan con el tiempo. Mi abuelo creía que mi conducta retraída era de mala suerte, «Lo pendejo de ese chamaco nos trae el mal agüero a la familia», pensaba. ¿Mal agüero? Ya ven como era la gente de...